sábado, 26 de septiembre de 2009

El Encuentro

Dos almas se encuentran en un autobús que los lleva, sin saberlo, rumbo al fin de sus vidas. Los traslada a un mundo sin fronteras en el cual el amor no es un imposible y sus sueños son factibles. Él es un triste pintor, no por oficio sino por pasatiempo, enamorado de sus obras. Ella es una melancólica escritora, que no ha tenido suerte con sus cuentos y novelas, quizás con la vida en general. Ambos son destinados a conocerse ahí. Y ambos comprenden lo que en un principio no pudieron.
Él, que aún observaba el retrato de una mujer sin nombre, tal vez sin vida, voltea y se queda atónito al observar la dama que lo acompaña. “Eres tú, eres tú” – dice en voz alta, sin percatarse que todos lo observaban con el ceño fruncido, como si estuviesen en compañía de un desquiciado sádico- El sabe que un ser divino le concedió su deseo. La encontró. Ahora es feliz, realmente feliz. Comprendió lo vacío que había estado su alma hasta entonces. Entendió que ese cuadro reflejaba un ser interno que esperaba a que lo rescatasen de un cuerpo corrompido. Ahora ella existía, así que valió la pena haberse deshecho de la pintura. – “Espero que tu amor me corresponda, pero si no, me daré de igual forma por complacido” pensó ahora.
Ella se sorprende con la reacción del desconocido. Está impactada, pero se siente tranquila. Alguien la tomó en cuenta; alguien se fijo en ella, ya sea por un mensaje del destino o por una simple confusión con otra persona. Puede notar el brillo con que la ven los ojos de ese hombre. Ojos que les trasmiten un amor antes conocido. Inmediatamente recuerda el caballero de su historia. “Es él, Dios mío” – pensó entonces, pero la conmoción la mantenía neutralizada. Supo entonces que había encontrado un ser que invadiera su interior, que la escuchara, que le diera razones para seguir viviendo.
Un largo silencio hubo entre los dos. Las palabras sobraban. Pronto se irrumpió entre ellos, un largo e impetuoso beso. No eran necesarias las explicaciones, no ahora. Era el momento de ser felices.
El bus siguió su destino, no se sabe a que ciudad o a que pueblo. Lo cierto es que, en él iban unos enamorados de la vida, dos almas reencontradas. Tal vez fueron felices por siempre, o murieron en un accidente, pero en fin, ya habían apostado por algo, se habían aventurado a cambiar, a amar y, sin pensarlo en algún momento, lo lograron. Su misión estaba cumplida. Ya lo demás no importaba.

Luis Miguel Corrales,
21 de diciembre de 2004.

Pasé la Página

Me enamoré de ti... Me enamoré de tus poemas, mis poemas. Tus palabras tan sólo son, mis anhelos más internos. Si tan solo pudieses revivir…
¿Qué me pasa por la cabeza al pensar en esas estupideces?, ¿cómo puede afectarme tanto ese cursi personaje de cuentos épicos? Es la soledad... sí la soledad. Me hace falta la compañía de alguien. La felicidad solo existe en mis papeles. Me asomo por la ventana. No hay nada para mí allá fuera.
A veces me pregunto qué hago en este pueblo o qué espero de él, si lo único que he hecho es postrarme en mi sofá con una taza de café, al igual que una mujer a la tercera edad, esperando a que vengas, toques mi puerta y me lleves contigo. Pero soy realista y sé que no existes... Nunca podrás recitarme poemas de amor al oído, nunca podré decirte cuanta falta me haces. Pero se acabó esta situación, no soporto más ser una fracasada, de no poder llevar a cabo mi sueño de ser una escritora. Pienso marcharme en la búsqueda de una experiencia diferente, sea buena o mala, pero que cambie el rumbo del cuento en el que vivo. Necesito voltear esta página.
Busco un buen vestido para salir a la calle. Aunque no lo encuentro, le doy poca importancia al hecho y sigo mis instintos. Sé que debo emprender un viaje, pero no a dónde. Voy a la estación de buses y pido el boleto más caro. Ahora sé que debo regresar a casa a empacar mis cosas. Una vez en allí, me doy cuenta que no hay nada interesante que llevarme, así que guardo lo esencial.
Me he detenido mucho en mi hogar, estoy retrasada. El autobús me deja. Corro y corro para llegar a tiempo. Al montarme, recuerdo que deje en la habitación alquilada mi único tesoro: la historia del príncipe y la doncella que una vez hice. Creo que todos dejamos una pedazo de nosotros mismo en el lugar del que partimos.
Veo el rostro de mis compañeros de viaje. Hay uno en particular que lleva un retrato en la mano, retrato que se parece a... ¿a mi? No, no puede ser... Me acerco al hombre para comprobar mis sospechas, pero éste lanza el cuadro por la ventana. Sin saberlo, me rompió otra ilusión. Pero ahora llora, así que sé que le dolió lo que hizo. Siento un impulso de sentarme a su lado.
Ya no hay vuelta atrás; abandoné mi vida por la nada. ¿Por qué no conformarme con lo que fui, soy y tal vez seré? Pero... ¿Para que vivir si nadie necesita de mi y nadie viene en mi auxilio?, ¿para que existir si no te tengo a ti?
Luís Miguel Corrales
21 de diciembre de 2004..

A primera vista

Ya mi vida no es lo mismo. No desde que te atravesaste en mi mente. Te busqué sin saber quien eras. Deseaba tenerte sin tener sospechas de tu existencia. Sólo se que en cierta oportunidad, al llegar a mi hogar, vi sobre el mesón del estudio un lienzo, óleo y pinceles que alguien antes de morir me dio, y tracé las líneas bien definidas de tu cuerpo, de tu hermosura. Por alguna razón el destino te puso en mis manos, en mis pensamientos, así que no pude pasar por alto la presencia de tu imagen en mi vida.

Comencé a buscarte en mis horas libres. Caminé calle a calle, así como avenidas y callejones de este pueblo. Mi desesperación agudizó. Los retrasos a mi lugar de trabajo se notaron rápidamente. Perdí el cuidado en mi apariencia personal. Y es que la única misión que la vida me encomendó, era encontrarte. Pero lo que conseguí fue una carta de despido, infinitas deudas, que terminaron por dejarme en la calle, y una sensación de soledad excesivamente grande. De igual forma no perdí las esperanzas. Día a día iba perfeccionando tu rostro en el lienzo, aunque no sé por qué, y en el resto del tiempo seguía rastreando tus pasos.

Pasaron más rápidos los días. Ya no tenía ganas de vivir; mi mirada no reflejaba nada, mi cuerpo estaba tenso, fatigado. Te convertiste en una ilusión a punto de romper. Lo perdí todo y aún así no pude olvidarte, ni siquiera echándote la culpa de mis desgracias. Y es que ¿cómo podía achacarle la responsabilidad del caos de mi vida, a una mujer que surgió de mis pensamientos, de mi imaginación? Lloré amargamente, lloraba por todo y por nada.

Entonces, encendí un cigarro y tomándome un buen trago de aguardiente, tome la decisión que iba a cambiar el rumbo de mi vida. Ya no más arte, ya no más pintura. Resolví abandonar tu recuerdo, renunciar a tu imagen, renunciar a ti. En el cielo debía haber alguien que sabía por qué sucedían las cosas, así que concluí que tal vez sí existieses, pero yo para ti no.

Compro el boleto de ida, pero no el de regreso. Jamás volveré a pisar la tierra en la que un rayo de luz tocó mi existencia, dejándome divisar la tuya. Me monto en el autobús. ¡Que irónico!, aún llevo conmigo tu retrato. Vuelvo a recordar, entonces, que prometí a mi mismo deshacerme de tu recuerdo. Debo cumplir, así que, como dice el dicho: “Pa’ atrás ni pa’ coger impulso”. ¿Qué puedo hacer?... No me queda de otra... Tiro por la ventana del colectivo la esencia de mi alma... esencia que, creo no haber tenido por completo nunca...

Luís Miguel Corrales,

21 de diciembre de 2004.